Llegó y lo encontró ahí, frente a la pantalla del ordenador, mirándolo fijamente, serio, absorto, sin ni siquiera dedicarle una mirada de bienvenida. Julia supo enseguida que Marco estaba pasando por otra de sus “épocas de hielo”, como ella solía llamarlas, épocas en las que las obligaciones, los agobios y todas las presiones caían sobre Marco y apenas le dejaban respirar, y él, como respuesta a ellas, se encerraba en sí mismo y jamás dejaba entrever lo que pasaba por su cabeza. No era ésta la primera vez. Se acercó a él despacio mientras se descalzaba y andaba de puntillas, gafas y bufanda en mano.
– Qué pasa por tu cabeza, ¿pequeño niño perdido?
– Hola – respondió él, elevando la cabeza del ordenador en ese momento, con la mirada algo perdida y sonriendo distraídamente, algo que Julia adoraba, y a duras penas podía contener las ganas de abalanzarse sobre él, pero sabía que no era el momento, que había demasiado pasando por su mente en ese momento.- Nada en concreto, estaba pensando en las cosas que tengo que hacer.
– ¿Y son muchas? ¿puedo ayudarte en algo?- preguntó Julia, sabiendo de antemano su respuesta.
Marco sonrió tiernamente, como quien no quiere explicar algo complicado a un niño pequeño, pero a la vez con la mueca de quien no sabe cómo abarcarlo todo.
– No puedes, Julia, es todo demasiado complicado, y voy tarde para todo ya.
– ¿Por qué eres tan frío? ¿Qué no ves que estoy aquí y yo también formo parte de todo esto? No puedes convertirte en roca y mantenerme al margen, querido, esto no funciona así.
– ¿Y me lo dices tú? Que has tenido más periodos de tristeza y apatía que nadie que haya conocido jamás. Eres especialista en hacerte daño, y regodearte en tu propia autodestrucción. ¿Qué me vas a contar tú?
– Ésa es la cuestión. Que tú no lo entiendes, Marco, que las penas no se pueden guardar en un cajón, del mismo modo que no puedes guardar un olor, por muy hermoso que éste sea. Se quedan ahí, acantonadas, y cuanto más intentas esconderlas en un rincón, más se condensan y se notan. Yo no te niego los momentos de tristeza, pero déjalos fluir, quédate inerte un rato, vagando en la nada, alejado del mundo, y después levanta la cabeza y sigue caminando. Ser indiferente a toda derrota al final pudre, mon amour, nada puede dejarse guardado para siempre. Grítame, enfádate conmigo, cuéntame lo que te pasa o desahógate en lágrimas, pero haz algo por favor, fluye, deja que salga todo ese nudo.
Que no puedes ser tan mar, tan profundo e impenetrable. O sí, pero entonces al menos déjame que practique bien mis pausas de apnea para cuando decida adentrarme en ti. Todos necesitamos tiempo, y yo te concedo todo el mío, para que con él crezcamos los dos. Mi tiempo y mi curiosidad, que hacen maravillas (dice mientras con la punta de su dedo empieza a hacer círculos en su hombro).
– Pero es que en apnea no se puede vivir, pequeñaja, que el aire es vital, y el frío y las profundidades arrastran y matan. Y yo no quiero que sufras conmigo, yo estoy aquí para hacerte feliz. Y esto soy capaz de enfrentarlo yo solo, confía en mí. – responde él, cogiéndola en un salto entre sus brazos y colocándola en sus rodillas.-
– ¿Y qué si hay frío? ¡Basta de calor! El calor adormece e insensibiliza, y yo quiero sentirlo todo, quiero que se me erice la piel, y eso sólo me ocurre con el frío, y contigo. – Responde Julia enérgicamente, mientras le rodea con sus piernas, inmovilizándole.- Deja de mantenerme al margen y de protegerme. No quiero tener que confiar en ti como solución a todo. Quiero ser partícipe y sentir tus miedos, y ayudarte a combatirlo. Tú confía en mí, que yo soy experta en trincheras. ¿Acaso no es eso lo que a fin de cuentas es una compañera de vida? Ésa que comparte tus luces y tus sombras, la que sabe adentrarse en tus tormentas y navegar hasta que vuelva la calma. El amor es algo más que sumar momentos de felicidad, también es saber compartir las dudas y las tristezas y miedos. Acabemos con los amores de cuentos de hadas y escribamos nuestra propia historia, lejos de los tópicos edulcorados. Anda, ven, que voy a tener una conversación seria con tus monstruos.
En ese momento Julia comenzó a pasar su lengua por los labios de él, y Marco sonrió. Definitivamente ella era la única que podía comprender y luchar a su lado, aunque siguiera convencido de que ciertas batallas le tocaban a él solo. A fin de cuentas, ella tenía razón, era la experta en trincheras.